sábado, 10 de octubre de 2015

LA PIEDRA OSCURA
Una habitación de un hospital militar, dos hombres que no se conocen y que están obligados a compartir las horas terribles de una cuenta atrás que quizá termine con la muerte de uno de ellos al amanecer. Un secreto envuelto en remordimientos y un nombre que resuena en las paredes de la habitación: Federico. Queda tan solo la custodia de unos documentos y manuscritos como último gesto de amor. Inspirada en la vida de Rafael Rodríguez Rapún (estudiante de Ingeniería de Minas, secretario de la Barraca y compañero de Federico García Lorca en los últimos años de sus vidas). Este es el argumento de un bello texto que firma Alberto Conejero y dirige Pablo Messiez y que se puede disfrutar en la Sala Princesa del Teatro María Guerrero un espacio agradable, intimo y acogedor donde siempre es agradable disfrutar de obras de pequeño formato especialmente si son tan apasionantes como La piedra oscura. 
La ambientación es impecable tanto el espacio escénico, con esa patina que cubre los muros de ese hospital y que nos hace tener la sensación mas de estar en una prisión que en un hospital, como el vestuario ambos obra de Elisa Sanz, la iluminación de Paloma Parra crea un ambiente entre intimo y tétrico y sobre todo el espacio sonoro  a cargo de Ana Villa y Juanjo Valmorisco que puebla esa larga noche de ruidos amenazadores. Un acierto el detalle de cubrir la butacas con camisas ensangrentadas para hacer presentes a tantos muertos y desaparecidos durante la guerra (asignatura que todavía tenemos pendiente). 
En cuanto a los protagonistas están soberbios. Rafael (Daniel Grao) es el hombre maduro que se recupera de sus heridas en una cama del hospital, un hombre lleno de ilusiones y de confianza, a pesar de su situación, hasta que le vemos desmoronarse al hacerse consciente de que al amanecer será fusilado, esta esplendido, impresiona su interpretación, sin apenas moverse en toda la obra de la cama en la que esta postrado, sereno y valiente a pesar del miedo que se le nota en la voz y en los gestos cuando va llegando su hora. Sebastián (Nacho Sánchez, del que ya se pudo disfrutar este verano en la estupenda shoot/get treasure/repeat en Frinje15) es el joven carcelero, un muchacho sumido en el desanimo a causo de los estragos que la guerra ha hecho en su vida, una vida que apenas había comenzado, vive permanentemente asustado y sin ilusiones, no espera nada del futuro, solo que pase todo, es maravillosa la interpretación que nos regala, la tensión con la que se mueve, sus gestos nerviosos y la mirada angustiada e intensa con la que expresa tanto como con sus palabras. 
En ambos hay mucha verdad y mucha sensibilidad. 
Una obra que habla de los horrores de la guerra, del miedo y de las relaciones humanas en las distancias cortas, en circunstancias concretas y lejos de los grandes ideales, donde el miedo al olvido es tan doloroso como la propia muerte "no voy a desaparecer del todo, ¿verdad?" y donde dos hombre que parten de dos realidades totalmente separadas acaban fundiéndose en un abrazo y llorando juntos. 
Un texto intimo, hermoso y estremecedor que hace que se te forme un nudo en la garganta e incluso asomen algunas lágrimas, porque la sinceridad y la verdad del texto te sobrecoge y te emociona.