sábado, 3 de octubre de 2015

REIKIAVIK
Reikiavik es una obra escrita y dirigida por Juan Mayorga que se puede disfrutar en la sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán. Partiendo del campeonato de ajedrez que se disputo en plena guerra fría entre el estadounidense Bobby Fischer y el soviético Boris Spasski y que se conoce como el "Match del Siglo" Mayorga nos regala una historia que nos habla sobre ajedrez, sobre la guerra fría, sobre el comunismo y el capitalismo y sobre la relación de dos personas, que sin conocerse mas allá del parque en el que se encuentran, disfrutan de sus encuentros recreando una y otra vez el duelo del siglo. La obra comienza cuando un joven que pasea por un parque, camino del colegio donde debe enfrentarse a un examen final, global, oral,  no puede evitar la tentación de pararse ante un tablero de ajedrez donde hay una partida abandonada, el muchacho acabará siendo testigo excepcional de la recreación que hacen Waterloo y a Bailén, del duelo entre Fischer y Spasski, una recreación meticulosa basada en un libro encontrado al azar, también en un parque, pero siempre introduciendo variantes en el ritual que comparten cuando se encuentran. 
La puesta en escena es impecable todo encaja como un guante, desde la escenografía hasta el espacio sonoro pasando por la iluminación y el vestuario. 
En un escenario practicamente vacío, habitado tan solo por una mesa, (como tantas de las que pueblan nuestros parques), donde reposa un ajedrez, es donde por primera vez Waterloo y Bailen representan su ceremonia delante de un testigo. Los dos saltan continuamente del pasado al presente, de la realidad a la ficción, de un personaje al siguiente en un carrusel perfectamente coreografiado que te atrapa desde el primer momento, con un ritmo impecable que te lleva en volandas a través de la historia. 
Pero sin duda la guinda son el impresionante trio protagonista, César Sarachu (Waterloo) brillante y muy expresivo, Daniel Albaladejo siempre sobrio y elegante y la maravillosa Elena Rayos, llena de frescura, elocuente en los silencios y tierna en sus intervenciones (cuando tararea por error el himno de Riego por ejemplo), capaz de mostrar el gran cambio que experimenta su personaje. Resulta realmente fascinante disfrutar de su expresividad, de sus gestos y de los sutiles matices de voz con los que construyen los distintos personajes.
Una magnifica historia, con unos actores soberbios ideal para pasar una fantástica tarde de teatro.